CRUEL que el hombre envejezca en la casa que un día levantó sin haber comprendido sus sombras;
voces que aquí mismo rompieron en el acantilado de la carne adentro,
instantes que a pleno Sol él ahora con torpeza traduce en la baranda
del libro cerrado de sus ojos sobre el Paseo nocturno.
Errarás tú, filólogo; o tú, el amigo de siempre, cuando afirmes que
conociste más que la mera noticia de sus versos; la obra escrita y no escrita, que pasa, por
lectura o diálogo, de un solitario a otro solitario; y, aun, si precisaras, para colmar el desatino:
de un aislado a otro aislado.
Porque dará lo mismo donde la realidad desmiente el viejo adagio de que muerto el hombre vivirá su nombre.
Di, quienquiera que seas, esto solo: acaso por él pasó el Misterio, y fue parte de él, sin conocerlo.