El amparo de los hombres . Antonio Mira de Amescua
Jornada primera
(Salen Federico y Marín, de soldados muy pobres.)
Federico: ¡Ésta es Génova!
Marín: ¡Por Dios,
conforme nuestra pobreza,
que ha menester su riqueza,
si nos remedia a los dos!
Federico: ¡Bellos edificios!
Marín: ¡Bellos!
Los lienzos de Flandes son
cifra, sombra e ilusión
si se comparan con ellos.
¿Pero tenemos de andar
viendo casas todo el día,
sin buscar una hostería
donde podamos manjar?
Volvámonos, si te agradas,
a ver si en los bodegones
a trueco de macarrones
reciben estas espadas,
pues no nos sirven de más
que de traerlas liadas,
que aquí se riñe a puñadas.
Federico: Hambriento y prolijo estás.
¿No causa extraña alegría
después de varias tristezas,
las infinitas grandezas
de esta noble señoría,
ver tan hermosas pinturas
en las casas, el Senado,
que a Roma atrás ha dejado,
heredando sus venturas?
¿Ver?¦?
Marín: El verte con dineros,
Federico, es mi deseo;
que ya de hambre no veo,
y mi cuenta es todos ceros.
Cuando contigo salí
de la Pulla a ser soldado,
no pensé verme quebrado
como me veo por ti.
Servimos al de Pescara
sobre el Parque de Pavía;
y con papeles te envía
y sin blanca?¦