El palacio confuso. Antonio Mira de Amescua Fragmento de la obra Jornada primera (Salen Livio y Floro.) Livio: Apenas del mar salí y a sus espumas negué la vida que le fié cuando al viento me atreví, hallo que en Palermo es día festivo de tal manera que puede la primavera copiar en él su alegría. Refiéreme, amigo Floro, la ocasión. Floro: Estáme atento: comuníquese el contento como el Sol por líneas de oro; mas es bien que te prevenga primero un caso infelice: así en Sicilia se dice, no sé qué verdad contenga. Cuentan que el rey Eduardo, rey último de esta tierra, rey que en la paz y la guerra fue prudente y fue gallardo, tuvo dos hijos que un parto echó a la luz permitiva. Temió la Reina su esquiva condición, y en otro cuarto hizo al uno retirar, temiendo, como imprudente, que era suceso indecente ser fecunda y singular. Entregóse con secreto a un villano el mismo día; y el rey, que a la astrología, no como varón discreto, daba fe demasiada, por las estrellas halló que el hijo que reservó la Reina mal avisada un rey tirano sería, injusto, sin Dios ni ley que, como bárbaro rey, este reino perdería. Creyólo el padre, de suerte que, siendo el bárbaro él, el injusto y el cruel, le dio un género de muerte nunca visto: en esa mar que montañas sube y baja, encerrado en una caja le mandó el tirano echar, y quedó sin heredero. Esto en mi reino no fue; no sé qué crédito dé a espectáculo tan fiero.