La diferencia fundamental entre la épica oral y la literaria está en sus circunstancias de origen. Los escritores de épica literaria vivieron en sociedades altamente organizadas en que el individualismo a ultranza no tenía cabida. Ni Virgilio bajo la omnipresente influencia de César Augusto, ni Camoens bajo la monarquía católica de Portugal, ni Tasso bajo la Contrarreforma, ni Milton bajo Cromwell y los puritanos, podrían alabar las virtudes de un noble bárbaro. En ninguna de estas épocas el valor individual tiene la importancia que tuvo para Homero. El gran príncipe no fue el guerrero que vencía a sus enemigos en combates mano a mano, sino el estratega de la victoria y el administrador que imponía su deseo a los otros hombres. Era imposible para el poeta épico tratar su materia con un espíritu heroico. Si quería presentar un tema heroico, debía crear un nuevo tipo de héroe y un nuevo ideal de heroísmo.