Leyendo el discurso de Benedicto XVI dirigido a La Sapienza resulta fá cil evocar la figura de Pablo en el Areópago de Atenas. Como el apósto l de las gentes, el Papa ha aceptado exponerse ante un auditorio en el que se mezclan la apertura y la sorna, la dureza de corazón y la seri edad humana, el drama y la frivolidad. La Iglesia no puede encerrarse tras la muralla sin traicionar su propia vocación, y por eso tiene que salir continuamente al encuentro de la razón y de la libertad del hom bre de cada época, aun a riesgo de ser escarnecida y vituperada, como lo fue Pablo en la Atenas satisfecha de su saber y su poder. Sin embar go, el testimonio de Pablo plantó los cimientos de una amistad indestr uctible entre fe cristiana y filosofía. Como subraya con vigor el Papa , el cristianismo no es la vía de escape para los deseos insatisfechos , sino el testimonio de un Dios que es Razón creadora, y al mismo tiem po, Razón que es Amor. El gran peligro del mundo occidental hoy es pr ecisamente la autoco