Al leer Días de mucho resulta imposible no pensar en novelas tan hermosas (hermosas en la sencillez de una anécdota que, circunscrita a un marco temporal y espacial determinado, posee sin embargo una vocación de universalidad) como De tu tierra o Fiestas de agosto, en las que Pavese alcanzó el raro privilegio de mostrar una emoción y una sensibilidad siempre contenidas.
Retrato de un paisaje y un paisanaje muy precisos, Días de mucho, que consiguió el Premio Xosefa Xovellanos de novela en 1997, recupera, a través de un sendero tantas veces recorrido por la literatura (la memoria y el viaje como imágenes arquetípicas de la vida), los avatares de una adolescencia perdida, los escenarios de una cultura rural amenazada por el éxodo a las ciudades y la descomposición familiar, y sobre todo la crónica de una amistad truncada por la muerte y el desencanto.
