En dos mil años de cristianismo hay un solo hombre que ha marcado la historia de un modo inigualable: Francisco de Asís. Delante de este hombre, que se presenta como -pequeño- e -iletrado-, cristianos y no cristianos sienten una profunda simpatía. Hace ahora precisamente ochocientos años que el joven Francisco se presentó ante el -señor Papa-, como le llamará él mismo, para pedirle permiso de -vivir según la forma del santo Evangelio-, o, en otras palabras, permiso para vivir como vivió Jesús: pobre, obediente y casto. La forma de vida franciscana, revelada por el Altísimo a Francisco, según él mismo confiesa en su Testamento, ahonda sus raíces en el Evangelio, escuchado, interpretado y vivido -sin glosa-. El Evangelio es -regla y vida- de Francisco y de sus seguidores.