Durante más de un siglo se nos ha querido vender por parte de propietarios de los medios, de algunos teóricos de la comunicación y de la información, de muchos profesores de Periodismo y de comunicadores y periodistas que podía y debía realizarse una comunicación y una información objetivas. Incluso se convirtió en un dogma que mucha gente creyó a pie juntillas. Hoy, aunque todavía haya algunos incautos, todo el mundo sabe que, como he demostrado fehacientemente en algunos de mis libros en conexión con otros autores, la objetividad, y su correlato, la neutralidad, es imposible, inhumana e indeseable, ya que enmascara la arbitrariedad de quien tiene el poder de informar y hace desaparecer del horizonte comunicativo e informativo la búsqueda y encuentro de la verdad liberadora, sustituyéndola por la verosimilitud, la exactitud y el «rigor» formalista que, a veces, enmascara a su vez grandes mentiras. Y es que la objetividad y la neutralidad periodísticas son, en sí, grandes mentiras. En palabras del que es considerado uno de los mejores periodistas del siglo xx, Indro Montanelli, «la objetividad periodística es la patraña más grande que me ha tocado oír acerca de nuestro oficio».
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