La casa de Mario Praz es una de las rarísimas maravillas que han aparecido en la Roma moderna. Y este libro es la historia de cómo aquella casa, con todos sus memorables objetos, se ha ido conformando a la vida de su habitante, entrelazándose de forma inextrincable. Tanto es así que sólo a través de sus objetos este gran crítico, que siempre amó la luz reflejada en los espejos y por eso ha sabido percibir con magistral agudeza el reflejo de los gustos y de los ecos en la literatura y en el arte, ha conseguido contar su vida. El lugar es Palazzo Ricci, en la gloriosa Via Giulia. Cuando Praz fue a vivir allí, en 1934, la calle se abría "como un pasillo entre las habitaciones que eran los patios de los palacios" –o también "como una hendidura" donde "la niebla del pasado se haya quedado estancada". De aquellos remansos de niebla el joven profesor empezó a evocar, con armoniosa lentitud, entre las desnudas y severas paredes renacentistas, su "casa de la vida": y poco a poco las habitaciones iban llenándose de objetos que Praz descubría amar, por una especie de predestinación del gusto donde se manifestaba una valoración crítica muy por delante de su tiempo, que quizá sólo ahora estemos en condiciones de apreciar en su compleja coherencia. En primer lugar los muebles Imperio, entonces casi despreciados, que iban a dar a la casa su timbre inconfundible. Y luego innumerables objetos, a menudo olvidados por las pomposas historias del arte: ceras, abanicos, cuadros de interiores, conversation pieces. Con el paso de los años, iba formándose una especie de "museo vivo" que hoy es único en el mundo no sólo por la calidad de las "piezas", sino porque constituye un lugar donde permanece inalterada la invisible pátina del fetiche.
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