Actualmente nadie puede ignorar la importancia de las catedrales durante la Edad Moderna, tanto en la vida de la propia Iglesia como en el entorno social, económico y político de la época, pues desbordaron con su proyección el ámbito estrictamente eclesiástico. El papel de las mismas, determinante a lo largo de las centurias anteriores, resultó especialmente significativo en el Siglo de las Luces, como uno de los principales centros de poder y atracción religioso y espiritual, además de destacado lugar de desarrollo intelectual e intercambios culturales.
Ocurriría así en el caso valenciano, donde el movimiento ilustrado difícilmente pueda explicarse sin atenderse a la seo. Sobre todo por la vinculación a tal fenómeno de buena parte de sus dignidades, canónigos y demás prebendados, algunos de los cuales desempeñaron un relevante protagonismo en la España de los Borbones, bien por las responsabilidades religiosas y políticas ejercidas o la labor reformista desarrollada. Ahí están los nombres quizá más conocidos de Francisco Pérez Bayer, Felipe Bertrán, Asensio Sales, José Climent, José Tormo, Juan Antonio Mayans o Vicente Blasco.
A través de las figuras enumeradas, y otras muchas, se haría partícipe la catedral de Valencia de la Ilustración –en la enseñanza, la liturgia y la predicación, el arte y la música– contribuyendo a difundirla entre la sociedad con modos, actitudes y formas renovadas capaces de insuflar nuevos aires a la Iglesia. Como parte integrante de ésta, no logró la seo zafarse del regalismo borbónico, fundamentalmente a partir del Concordato de 1753. Tampoco pudo sustraerse a la sombra del báculo episcopal, coincidiendo con los pontificados de Andrés Mayoral o Francisco Fabián y Fuero, arzobispos de fuerte personalidad y firmes convicciones. Corona y Mitra no fueron las únicas instituciones a las que estuvo vinculada la catedral. Estrechas relaciones mantuvo también con la Universidad y el Municipio, cofradías, gremios, etcétera.