Aquella antigua visión o sentimiento del mundo que, configurada en el seno de remotas corrientes filosóficas, fue ganando terreno en la Antigüedad tardía y tuvo plena vigencia durante la Edad Media e incluso en buena parte del Renacimiento: el sentido de la “simpatía de todas las cosas”, de una especie de solidaridad y trabazón de todos los seres, animados e inanimados, en virtud de la cual hasta los cuerpos y fenómenos celestes se corresponden con cuanto constituye el reino de lo terrenal: hombres, animales, plantas e incluso rocas.
Aquella ordenación, que terminó llamada “música del mundo”, no tuvo un comienzo definido ni ha tenido tampoco un final absoluto. Responde al deseo, se diría a la necesidad, de reconocer un sistema en el mundo; al ansia de ver en el universo una realidad armoniosamente ensamblada.