LAS HORAS DE JAMES JOYCE

LAS HORAS DE JAMES JOYCE (Libro en papel)

Editorial:
INSTITUCIÓ ALFONS EL MAGNÀNIM
Año de edición:
Materia
Historia
ISBN:
978-84-7822-020-5
Páginas:
112
Encuadernación:
Tela
Colección:
BIOGRAFIA
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No conocí a James Joyce hasta los últimos años de su vida, en la época en la que estaba acabando su última obra, "Finnegans Wake". Por lo tanto será el retrato de este Joyce el que encuentren en estas páginas.

Un retrato fiel, y éste es su único mérito. No he retocado, resumido, desarrollado ni deducido nada: aquí aparecen los momentos o las horas del escritor, de vacaciones y trabajando. Las palabras que le hago decir son las que dijo. Que no os extrañe que las anotara entonces. Además, como señalo más adelante, la compañía de Joyce me hizo ejercitar la memoria: le gustaba que uno se acordara de las cosas con precisión y con detalle.

De entre estos detalles bastaba con hacer una selección; algunos recuerdos sólo pertenecen a la intimidad de la memoria. Otros hacen referencia, en el azar de las horas y los encuentros, a cosas que atañen al hombre y no al escritor. Aunque en un principio resultaba receloso y desconfiado, Joyce se volcaba en la confianza propia de la amistad del mismo modo que se expresaba en su obra, con la misma sinceridad. Pero exactamente igual: con la misma sinceridad inviolable. Ni la muerte ni la gloria pueden romper este pacto tácito.

Desde 1966, año del vigésimo quinto aniversario de su muerte, en el cementerio de Fluntern, en Zurich, hay una estatua sobre la tumba en la que Joyce yace junto a su mujer, cuyos restos fueron trasladados al lado de los del escritor. Hace algunos años, cuando estuve en Fluntern, todavía no había nada en este cementerio un poco salvaje, situado en una colina al borde de un bosque, que recordara al visitante su presencia. El guarda te conducía a través de las avenidas hasta una pequeña tumba rodeada de muchas otras, pobre y sencilla como una tumba musulmana: una lápida en el suelo en la que estaba escrito el nombre y las dos fechas, y en segundo plano, entre las luminarias, la cruz de madera de otra tumba.

Hacía un tiempo lluvioso, una pálida luz de febrero, el mes de su nacimiento. Se oían los gritos y el murmullo de los animales del zoo cercano, cuya proximidad le hubiera gustado. Yo recordaba ese fragmento de "Finnegans Wake" que habíamos descifrado juntos con placer: A Phoenix Park Nocturne, la oración solemne de los animales de la Fábula a la caída de la noche, su padrenuestro: !Panther monster!

Me venía a la memoria otro recuerdo, íntimo, y también humorístico. En no recuerdo qué salón de té de la calle Rivoli, después de haber recorrido sus tres o cuatro salas sin encontrar sitio, y muy a pesar nuestro, nos habíamos instalado en el vestíbulo, al lado de la puerta de entrada, a merced de las corrientes de aire. Y no dejaban de llegar nuevos clientes que se apretujaban en las salas vecinas, que ya estaban abarrotadas. –Es curioso, ingenuamente, todo el mundo entra y nadie sale–. Joyce se echó a reír: –Los mismo que en la creación, o en el más allá; estoy convencido de que la Iglesia se ha olvidado de explicarnos este misterio. O como en "Work in Progress", dije yo. Su risa se hizo más fuerte, encantadora, juvenil. Reconocía con alegría la intención de su gran poema: reproducir, de la manera más fiable posible, la inagotable comicidad de la creación del mundo.