En la sociedad contemporánea, los consejos evangélicos suelen verse como una limitación para el libre desarrollo de la persona.Sin embargo, cuando se contemplan desde la categoría de la identidad personal, cada uno de ellos resplandece con luz nueva. Más aún, en la pobreza, en la castidad y en la obediencia se hace real y concreta la propia vocación, que se entiende como -don de uno mismo-.Acercarse hoy a los votos de la vida religiosa y comprenderlos interactuando entre sí ‒e incluso interfiriéndose mutuamente‒ ayuda a entender mejor la castidad como pobreza, o la obediencia como castidad, o la pobreza como obediencia, o en una circularidad que muestra tanto la necesaria unidad de los tres como su indomesticable pluralidad.Porque, a fin de cuentas, en esto consiste la belleza de la persona: en ese conglomerado de notas distintivas ‒y a menudo dispersas‒ que aspiran a la armonía sin cesar.