Los moriscos antiguos murcianos vivieron un proceso especial de asimilación por el cual, a principios del siglo XVII, los "muy ladinos" habían incorporado los mecanismos necesarios para "traspasarse" de moriscos a cristianos viejos e integrarse en el tejido social. Por esta razón quedaron al margen de los bandos de expulsión hasta que, a finales de 1613, la intransigencia de Felipe III y de Lerma, así como la de su brazo ejecutor, el conde de Salazar, les llevó a decretar su expulsión tras declararlos malos cristianos, con el argumento de que, si se exceptuaba a estos moriscos, se arruinaría toda la empresa de la expulsión. Sin embargo, los moriscos antiguos desobedecieron los bandos, permanecieron camuflados y, después, con la ayuda y connivencia de cristianos viejos, dieron cobertura a la vuelta de los embarcados. Mientras la Corona incautaba, subastaba y vendía los bienes que los moriscos no habían podido vender antes de abandonar sus casas, siguió la caza de los que volvían y de los que no habían salido para expulsarlos o condenarlos a galeras. Este escenario de sucesivas expulsiones persistió hasta el año 1634, cuando Felipe IV dio por finalizada la expulsión decretada por su padre.