Agotadas las posibilidades de seguir canalizando el crecimiento poblacional de la ciudad a través de sus barrios, éstos perdieron su función residencial, absorbida por el Ensanche y el extrarradio, y asumieron el protagonismo en la concentración de oficinas, edificios dotados de nuevos planteamientos arquitectónicos y formas de ocio características de una nueva sociedad de consumo. Este viraje se produjo al calor de la materialización de una reforma interior que se plasmó primero en el ensanche de la Puerta del Sol y después en la apertura de una Gran Vía, que historiográficamente ha representado el escaparate de unos tiempos modernos segados de raíz con el estallido de la guerra civil.