Se puede ser optimista por nuestro temperamento y nuestra forma de afrontar las cosas, como algo que nos encontramos. Pero esto no se identifica con la esperanza, que es una convicción interior que nos lleva a confiar en la bondad de nuestra vida y la de los demás, y que hay Alguien que nos guiará aun en medio de la noche. La esperanza nos despierta a una actitud activa ante nuestra vida. Nos lleva a afrontar nuestras limitaciones y dificultades, a hacer de nuestras crisis, oportunidades. A levantarnos diez veces, aunque hayamos caído nueve. Una actitud de estas características no nace de un acto de empeño y voluntad nuestro, hace falta una convicción más honda, alimentada por una experiencia que transforma nuestra vida. Quien tiene esperanza confía en los demás, porque ante todo es una actitud que invita a la confianza. Y por este camino, ¿no nos lleva la esperanza a desear, a invocar a Alguien que nos ofrezca un amor más fuerte que la muerte?
Un libro que ayudará a mantener y cultivar esa virtud tan humana y tan cristiana.