Pistoleros no es una novela fácil. Es una crónica, un retrato de la violencia sufrida en carne propia por un personaje protagonista, que no pocas veces propicia el nudo en el estómago, mirar por el costado, tragar saliva y aire y ganas, para poder volver a leer. Pero es también, en su notable prosa, en su paciente reconstrucción de la estructura del tráfico de blancas, del narcotráfico, de la cadena de montaje que se establece para llevar adelante tanta muerte y miseria, una violencia necesaria.