En las décadas de 1920 y 1930, dos corrientes de pensamiento defendían
la causa de la ciencia como modelo de racionalidad: por un lado,
el positivismo lógico, alumbrado por los centroeuropeos Carnal, Neurath,
G´del o Bohr; por otro, el pragmatismo del norteamericano Dewey.
En esta obra, Dewey aboga por una extensión de los hábitos empíricos
de razonamiento a la determinación de los fines individuales y colectivos.