La salida y llegada de las flotas de Indias a través de la bahía de
Cádiz constituía un verdadero espectáculo que no dejaba indiferente a
nadie, ya sea por los familiares y amigos que viajaban en ellas y las
noticias acerca de su suerte; ya sea por los negocios que les estaban
vinculados, el empleo que atraían, o la oferta de productos, muchos de
ellos exóticos, expuestos más tarde en las tiendas del pequeño comercio.
Y, aunque en menor escala, otro tanto producían los navíos sueltos y
registros, cuando las flotas no podían hacer su trayecto.
Todo este
universo, periódicamente recreado a lo largo de casi todo siglo XVIII,
no hubiera sido posible sin el concurso de los comerciantes y hombres de
negocio que lo impulsaban. El llamado consulado de cargadores a Indias,
establecido en Sevilla en 1543, agrupaba a una parte sustancial de
ellos con diferentes procedencias; aquellos que, bajo la protección de
la Corona, hacían posible que el comercio entre España y América fuese
una realidad y los navíos pudiesen cumplir su cometido. De ahí la
importancia de dicha institución para entender uno de los hechos más
relevantes de la historia de España, de su Imperio y de la propia
Europa: la Carrera de Indias, de la que se derivaba un trasiego
permanente de hombres y mercancías a través del Atlántico, así como la
llegada a nuestro continente de los deseados metales preciosos, que, con
su presencia, posibilitaban los intercambios, la formación de fortunas
y, a la larga, el desarrollo de una importante burguesía mercantil.
Este
libro se ocupa de una de las etapas más brillantes del consulado de
Indias, justo después de trasladarse a Cádiz desde Sevilla en 1717,
cuando se inicia un tiempo de profundos cambios en la política española y
en la actividad comercial en general. Es, así pues, un recorrido a
través de su evolución, vicisitudes, transformaciones tanto internas
como externas, en relación con las instituciones y las iniciativas
políticas de su tiempo. Todo sin olvidar de aproximarnos a los hombres
que integraron y dieron vida a esta corporación mercantil, ni al examen
de sus momentos de crisis, ni, por supuesto, al período correspondiente a
la progresiva disolución del consulado en su identidad y poder a
finales de la centuria y durante las primeras décadas del siglo XIX.